En el siglo XIX, Inglaterra era una potencia imperial que creía haber heredado el grandioso destino de la antigua Roma; dominar y civilizar el mundo. Su sociedad evolucionaba rápidamente hacia la modernidad pero al mismo tiempo conservaba un rígido sistema de clases basado en títulos hereditarios de ancestral nobleza. La educación que recibían los jóvenes hijos de la clase dominante abarcaba los conocimientos técnicos más avanzados de la época en el marco de un riguroso sistema disciplinarioimprescindible para que aquellos muchachos destinados a gobernar un imperio aprendieran en primer lugar a dominarse a sí mismos soportando toda clase de castigos y restricciones.
Cuando un master tenía problemas de disciplina en el aula, solía recurrir a alumnos de grados superiores, elevados al cargo de celadores, para aplicar castigos corporales a los rebeldes. Una vasta bibliografía, que fue posteriormente usada como evidencia para abolir ese sistema punitivo, relata muchos episodios en donde colegiales casi niños eran sometidos a castigos cargados de crudo sadismo y brutal rigor. Pero en aquella disciplina no todo eran azotes y varas. Algunos celadores comprendían que los golpes podían templar los ánimos de los castigados, endurecerlos y convertirlos en héroes para el resto del alumnado. Un método de castigo mucho más sádico (y efectivo) era vestirlos con ropa de mujer y obligarlos a realizar tareas que por entonces eran únicamente femeninas, y por consiguiente muy humillantes para aquellos hombrecitos. Así fue como nació la petticoat discipline, la disciplina en enaguas, también llamada pinaforing.
La sexualización de todo ese sistema de castigo y represión terminó haciendo de la Londres victoriana la cuna del Femdom moderno. A escondidas del puritanismo imperante en sus hogares y en los ámbitos sociales propios de la upper class, aquellos chicos ya convertidos en hombres visitaban a las flageladoras victorianas del Soho y el East End para ofrecer sus nalgas y revivir la excitación de aquellos azotes que habían significado su iniciación sexual. De igual manera que los castigos corporales en los colegios plantaron la semilla del arte del spanking, la humillante petticoat discipline degeneró rápidamente en el placer perverso del sissismo.
El nombre Sissy es un diminutivo de de Elizabeth pero sissy con su connotación sexual deriva de sister. La sissy era la hermanita menor y por eso le correspondía vestirse y comportarse como una niña. Muy pronto, relatos y dibujos con fantasías de petticoat discipline y forced feminization comenzaron a ocupar grandes espacios en las publicaciones pornográficas británicas de aquellos tiempos. Las dominatrices comenzaron a ampliar sus guardarropas femeninos para satisfacer la demanda de aquellos gentlemen que buscaban ansiosos un ámbito discreto para satisfacer sus fantasías de vestirse como colegialas para recibir regaños y burlas de parte de una mujer adulta. Una variante particularmente perversa de la fantasía sissy que sigue muy vigente es que la dominante sissificadora es una hermana mayor, una tía o hasta la misma madre.
Los antecedentes de la petticoat discipline como cultura sexual se hallaban escondidas en las mollyhouses del bajo Londres, a las que me he referido en esta columna. Las mollyhouses no eran otra cosa que prostíbulos en donde los clientes practicaban asiduamente lo que hoy llamaríamos cambio de roles. Las sesiones de travestismo no ocurrían sólo entre prostituta y cliente sino que abarcaban toda una subcomunidad homosexual en donde las mollies imitaban las vestimentas y modales de las mujeres de la época.
Aquella sissy petticoated es muy diferente de la fantasía sissy actual. La sissy de hoy suele ser una princesa mariquita que goza comportándose como una puta por decisión propia sin que haya forzamiento alguno. Tampoco guarda relación, ni hace falta decirlo, con la crossdresser que busca mimetizarse con las mujeres en ámbitos públicos, alejada de cualquier situación sexual.
La petticoat discipline vive hoy en el hombre sumiso que necesita travestirse para sufrir - gozar de una situación de humillación ante una mujer dominante que lo obliga a convertirse una mímica de lo femenino, a una sobreactuación. No pretende sentirse una mujer sexy porque lo que resalta en la petticoated sissy es lo exageradamente afeminado hasta el ridículo de los vestiditos y manerismos que no son propios de mujeres sexuadas adultas. Para reproducir las conductas de aquella sissy victoriana del siglo XIX, resulta fundamental:
El lugar para quien desea revivir hoy a la sissy victoriana está escondido entre los rituales más ocultos de algunas comunidades BDSM cuyas dominatrices entienden muy bien de qué se trata este viejo asunto escolar y saben manejarlo a la perfección, a través de un diálogo humillante y cruel, divirtiéndose a expensas de una pobre sissy sometida y ridiculizada.
Las modernas corrientes feministas detestan este tipo de fantasías sissies sosteniendo que refuerzan estereotipos femeninos de sumisión mientras que las actuales comunidades LGTB alrededor del mundo que se presumen a sí mismas como muy abiertas y amplias, suelen rechazar las fantasías de la petticoat discipline y hasta prohiben el uso de la palabra sissy por considerarla un insulto discriminatorio. Los viejos masters anglosajones les estarían muy agradecidos.
El nombre Sissy es un diminutivo de de Elizabeth pero sissy con su connotación sexual deriva de sister. La sissy era la hermanita menor y por eso le correspondía vestirse y comportarse como una niña. Muy pronto, relatos y dibujos con fantasías de petticoat discipline y forced feminization comenzaron a ocupar grandes espacios en las publicaciones pornográficas británicas de aquellos tiempos. Las dominatrices comenzaron a ampliar sus guardarropas femeninos para satisfacer la demanda de aquellos gentlemen que buscaban ansiosos un ámbito discreto para satisfacer sus fantasías de vestirse como colegialas para recibir regaños y burlas de parte de una mujer adulta. Una variante particularmente perversa de la fantasía sissy que sigue muy vigente es que la dominante sissificadora es una hermana mayor, una tía o hasta la misma madre.
Los antecedentes de la petticoat discipline como cultura sexual se hallaban escondidas en las mollyhouses del bajo Londres, a las que me he referido en esta columna. Las mollyhouses no eran otra cosa que prostíbulos en donde los clientes practicaban asiduamente lo que hoy llamaríamos cambio de roles. Las sesiones de travestismo no ocurrían sólo entre prostituta y cliente sino que abarcaban toda una subcomunidad homosexual en donde las mollies imitaban las vestimentas y modales de las mujeres de la época.
Aquella sissy petticoated es muy diferente de la fantasía sissy actual. La sissy de hoy suele ser una princesa mariquita que goza comportándose como una puta por decisión propia sin que haya forzamiento alguno. Tampoco guarda relación, ni hace falta decirlo, con la crossdresser que busca mimetizarse con las mujeres en ámbitos públicos, alejada de cualquier situación sexual.
La petticoat discipline vive hoy en el hombre sumiso que necesita travestirse para sufrir - gozar de una situación de humillación ante una mujer dominante que lo obliga a convertirse una mímica de lo femenino, a una sobreactuación. No pretende sentirse una mujer sexy porque lo que resalta en la petticoated sissy es lo exageradamente afeminado hasta el ridículo de los vestiditos y manerismos que no son propios de mujeres sexuadas adultas. Para reproducir las conductas de aquella sissy victoriana del siglo XIX, resulta fundamental:
- El uso de uniformes que resalten sumisión o infantilismo (colegiala, mucama, vestidos rosados de niña).
- La ritualización de comportamientos femeninos que hoy son anticuados.
- Vivir el carácter forzado del afeminamiento como un castigo, una humillación que es imprescindible para el goce sexual.
El lugar para quien desea revivir hoy a la sissy victoriana está escondido entre los rituales más ocultos de algunas comunidades BDSM cuyas dominatrices entienden muy bien de qué se trata este viejo asunto escolar y saben manejarlo a la perfección, a través de un diálogo humillante y cruel, divirtiéndose a expensas de una pobre sissy sometida y ridiculizada.
Las modernas corrientes feministas detestan este tipo de fantasías sissies sosteniendo que refuerzan estereotipos femeninos de sumisión mientras que las actuales comunidades LGTB alrededor del mundo que se presumen a sí mismas como muy abiertas y amplias, suelen rechazar las fantasías de la petticoat discipline y hasta prohiben el uso de la palabra sissy por considerarla un insulto discriminatorio. Los viejos masters anglosajones les estarían muy agradecidos.