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Channel: Sado, Sensual y Femenino
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La paradoja de la humillación

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   Cuando me defino como sádica no es porque goce provocando dolor sino porque postulo que la plena satisfacción de mis impulsos sexuales es el único fin que persigo aunque a veces no los obtenga o los obtenga parcialmente. Como afirmé en la primera entrada de mi blog, hace más de diez años, dominar es darme los gustos. Lo que hago, lo hago para mi placer y para la satisfacción de mi ego. Yo no me preocupo por tutorear adultos ni por escuchar sus penas ni tampoco pongo esfuerzos en regalar azotes a masocas neuróticos. Yo domino a través de un suave sadismo sensual y femenino que me hace feliz. Se supone que quien participa conmigo, es libre de irse si mis formas no le agradan.

   Uno de los gustos de los que nunca me privo para divertirme en el sexo nace de la humillación sádica, que puede fluir desde algo chispeante y divertido hasta la injuria despiadada, pasando por todos los grados intermedios. Confieso que ya no podría prescindir del uso humorístico - humillante de la palabra en cualquier tipo de situación sexual o erótica. La humillación verbal me parece la más exquisita y divertida forma de someter.

   Pero aquí es donde conviene detenerse para analizar si lo que llamamos humillación en BDSM es realmente humillante. Cuando el sexo se tiñe con las prácticas y acciones propias del BDSM, ingresamos a un gran teatro de simulaciones en donde lo que se dice rara vez tiene asidero en una realidad concreta. En este mundo de ficciones y fabulaciones, el sumiso humillado es una de las mentiras más encantadoras. Así como nadie es en realidad Ama ni sumiso de nadie porque todo el mundo ocupa el lugar que le place, sea dominando o siendo dominado, suele ocurrir que los esclavos fetichistas se excitan al ser humillados por sus Dóminas, por lo que la humillación, en realidad, no es tal.

   Un marido esclavo como el mío puede considerarse humillado si me acompaña a alguna fiesta sexual tipo gang bang en donde voy a buscar sexo con hombres más jóvenes y mejor dotados que él o mejor aún, con mujeres, dejando bien en evidencia que gozo más con ellas que con él. Pero la humillación se hace mucho más explícita si le ordeno, delante de todos, que se ubique como mi banquito apoyapies para que yo tenga un sexo más cómodo con alguno de mis amantes y al mismo tiempo sostenga mi bombacha atada al cuello como símbolo de su cornudez. Está evidentemente siendo humillado para la mirada de los demás que participan, que generalmente no entienden nada de las claves en que se desarrolla el lenguaje actitudinal del BDSM. En realidad para él es todo lo contrario; él está viviendo la privilegiada experiencia de ser públicamente el esclavo elegido por una diosa del sexo. Para sus propios parámetros, es un elegido al servicio de su dama fetiche. A la vez, y desde esa posición bottom, también controla muy masculinamente mi seguridad y vigila que nada se salga de los carriles esperados. Y eso es fundamental en mi juego de seducción y poder porque me permite sentirme segura y confiada en su respaldo.

   Es posible que el poder del spanking radique en la sensación de dolor así como el poder del bondage radique en la sensación de inmovilización. Dónde radica entonces el poder de la humillación? En que la palabra humillante sea creíble. Cuando le ordeno a un esclavo (sea mi marido u otro cualquiera) un comportamiento o actitud que es evidentemente humillatoria, mis formas deben ser propias de la dominatriz con poder sobre él que aspiro a ser. Si así no lo fuera, la situación perdería elegancia y se volvería tosca y sin gracia. Algunas dominatrices noveles cometen ese error en sesiones públicas y creen que demuestran poder utilizando gritos y modales groseros. Más bien todo lo contrario, una palabra sutil a media voz puede llegar a ser mucho más ponzoñosa y efectiva. Y por supuesto, la apariencia fetish de la dómina debe ser cuidada y acorde a la situación. No es el acto humillante en sí lo que excita a los sumisos varones. Es la mujer sádica.

   La humillación Femdom es una demostración explícita del poder de la mujer sobre el hombre. Al humillarlos, ellas se comportan de un modo altanero y sádico que es exactamente lo que ellos desean. La paradoja de la humillación es que la humillación, para el humillado, no existe.







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